sábado, 21 de febrero de 2015

Una decisión... ¿Muy opinable?


El ABC del mercadeo enseña que en toda decisión de compra se definen diferentes roles, a saber: Quien influencia, quien decide y el comprador. Algunos tratadistas complementan esta trilogía con el iniciador y el consumidor, quienes inician, valga la redundancia, y cierran dicho ciclo, respectivamente.

El proceso de compra inmobiliaria no es una excepción a esa regla. El iniciador en nuestro caso es impersonal; la necesidad de una vivienda no es creada, es cotidiana, sentida, espontánea, de orden práctico y connotación social.

Luego de la alimentación, la salud y la educación, cualquier individuo o familia racional trata de solucionar el problema del hábitat, ya sea de manera temporal, a través de un alquiler, o ya sea de manera cuasi definitiva mediante la compra de una vivienda. La mujer, en casi un 80%, según nuestra experiencia profesional, es la primera que da la voz de alarma sobre la necesidad de tener un techo propio.

Ella también influye de manera decisiva en la compra y, por su rol cada vez más activo en el mercado laboral, participa de manera dinámica en la decisión de compra. Aunque ya no es una verdad absoluta, en nuestra realidad social el hombre sigue siendo el comprador por antonomasia.

Los consumidores, obviamente, son todos los miembros de la familia. Así las cosas, la formulación de una estrategia exitosa para la venta de una casa o apartamento parece pan comido. Nada más alejando de la verdad. Este escenario ideal simplemente es el preludio de un largo desfile de opiniones sobre qué es lo más conveniente.

En el debate sobre cuál es la casa ideal participa el mejor amigo, la hermana, la tía, el vecino más querido, la suegra, el compañero de trabajo que ya compró y consecuentemente debe saber de eso, mamá, papá, el oficial que nos atiende en el banco, toda persona a la cual le manifestemos nuestra intención, y hasta la mascota de la familia, cuya preferencia entre un proyecto y otro advertiremos por el conteo de los movimientos de su cola.

Obviamente, un proceso tan concurrido definitivamente es divertido, pero, lamentablemente, también es carente de objetividad.

Comprar un inmueble no debe ser un “brainstorm” (técnica de trabajo grupal que facilita el surgimiento de nuevas ideas); tampoco puede ser un ejercicio de acercamiento a un “consenso” entre todos nuestros allegados. En nuestra opinión, debe ser el resultado de una búsqueda racional, protagonizada por la pareja o individuo que dirija el núcleo familiar, guiado por asesor competente, que no un vendedor ansioso de “cerrar muchos negocios”, tomando en cuenta los siguientes aspectos:


1.  Las necesidades reales de la familia;
2. Las posibilidades materiales para solventar la compra; y

3. Las características,  prestaciones y facilidades de la unidad habitacional y el proyecto en el cual se encuentre enclavado.

1 comentario:

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